Introducción
Vivíamos en una tierra alejada de la mano de los dioses, en ella solo frío y blanca nieve hallábamos. Pero no vivíamos solos, lobos, montañas plagadas de lobos y criaturas enigmáticas cuyas formas eran impredecibles nos acompañaban día y noche. Aún así no teníamos lugar al que ir, de todas formas y en cierto modo nos protegía del mundo exterior, de los terrores y peligros que algún día yo desafiaría. El octubre de 1899, un año frío como ningún otro, mi padre me contó que en un tiempo pasado gozábamos de las verdes praderas y las transparentes aguas de Aufard. Desde aquel día yo, Ardyel de la casa de los Uryiel juré que algún día vería esas tierras y tendría toda una aventura como las que mi padre me contaba. Él nunca me dijo qué pasó ni por qué nos trasladamos aquí. Algo que yo estaba dispuesto a averiguar, además no viajaría solo, conmigo llevaría a una loba gris que un año atrás habíamos rescatado de una avalancha de hielo y nieve, el cachorro era negro y sus ojos aún más por lo que la llamamos Ventisca Negra, y al ser hembra le venía que ni pintado el nombre. Ese mismo mes de ese año, yo por fin me decidí a salir de mi hogar, a emprender una aventura que me llevaría hasta los confines más secretos de un mundo sin nombre y con mucha historia aún por descubrir.
Capítulo 1.
Tras el inicio del invierno dejamos los blancos parajes de nuestro hogar y nos dispusimos a coger el camino principal de los Arrabales que llevaba a un pequeño pueblo en la provincia de Sunlakay (donde nosotros vivíamos). Mi loba creció por lo menos dos palmos más desde la última vez que yo la había medido y eso me entrañó bastante, aun así no tenía dinero ni manera alguna de poder llevarla a algún especialista de animales, que los son bastante comunes en las grandes ciudades como la capital de mi provincia, Dur-Fandor.
La verdad es que la vida que acababa de elegir era muy dura, un rumbo inesperado para mí, que estoy acostumbrado a vivir de lo que mi familia producía, una vida bastante cómoda, al menos a mi manera de pensar. Mi tío Arlock siempre me decía que no me complicara la vida, que me bastaría con una pequeña casa, un río en el que poder abastecerme, una arboleda en la que poder conseguir madera y leña para el invierno, y además una buena y abundante zona de caza. Y eso que según él era una manera fácil de buscarse la vida…
No tardamos mucho en encontrarnos con viajeros que iban hacía el este, por las grandes promesas de verdes pastos y enormes y frondosos bosques, y eso sin hablar de sus ríos, lagos, y mares. De hecho nos encontramos a un bardo que iba hacia el castillo de Arlacsas, en la misma dirección que nosotros, y lo acompañamos. Él se llamaba Barlock, y la verdad es que tocaba muy, pero que muy bien la pequeña arpa que traía consigo. Nos dijo que había nacido y se había criado en las altas montañas Grises, donde residía la capital de la provincia Arlontest que hacía frontera al norte con la nuestra. Me acuerdo que en enero de 1898 nos recitó un poema que hacía referencia a su tierra;
Cuales bellos pueden ser mis dominios en las grandes montañas grises, cual sus ríos, que traspasando toda clase de ser y criatura los encuentras. Cual altura la de las cumbres de Ventormesa, el gran pico de la grisácea montaña, que como araña de helada y oscura nieve trepa la gran pared enigmática del enorme monte que reta al gran dios, proveedor de las lumbres que iluminan y calientan una gran y espesa masa de tierra sin nombre alguno-, y a su compañera la lunática.
CONTINUARÁ EL CAPÍTULO…
------------Un saludo-- Ala---